Ñata

 Hacia un año que había muerto mamá y llegó ella para enseñarme la vida y la libertad.


La llamó así durante 6 años Juan el corcho que juntaba por el pueblo de Junco todo lo que encontraba en un carro de color verde arrastrado sin órdenes dócilmente por la hermosa e inteligente yegua percheron. 

Hasta el día que no pudo alimentarla más. El negro Antonio, le comentó a mi abuelo quien pagó lo que pidió Juan y la llevaron a nuestra casa.

El abuelo restauró un antiguo galpón de madera con grandes ventanas que daban hacia la arboleda. Y esa fue su casa a donde entraba y salía cuando quería ya que el abuelo decretó que había llegado su etapa de descanso.

Yo era pequeña y la llamaba tratando de silbar, ella se acercaba trotando y rejuvenecida, bajaba su cara hasta la mía y me daba un empujoncito. Trepaba por su enorme y macizo cuerpo y empezaba la dicha de cabalgar libre, sintiendo su tibieza casi abrazada a su cuello. Era el milagro de la vida entre los árboles con el viento en la cara y acariciado su hermosa melena que se iba rizando hasta llegar a un pequeño manantial, el nuestro, el de las dos. Bebía y comía hierba fresca y yo sacaba de la mochila un pequeño pan de Viena con queso fresco y almendras. 

Pasamos veranos creciendo, trepando ágil y sin montura. Aprendí su idioma, sus frases, a busear en su pureza. Heredera de los Perche, de la fuerza y la ternura. 

Un día llegó el veterinario, algo no estaba bien, lo sabía. El abuelo me dijo que fuera al colegio que no me preocupara. Abracé a Lobo, un regalo sorpresa del año anterior de Matilde y como cada día, le dije: "no debes seguirme, la directora no quiere."



Y no fui, me quedé vigilando. Me preguntaba por qué Ñata no estaba de pie. 

El abuelo salió y no me dio tiempo a esconderme, tenía una mirada extraña, demasiado triste. Me acerqué me dio un abrazo y me dijo que había que esperar. 

El veterinario volvería más tarde y aproveché para sentarme a su lado, me miró como siempre, llena de amor,  me abracé a su cuello diciéndole que era la más hermosa, lo más grande del mundo, que la adoraba. Que el arrollo nos esperaba. 

No pude cenar. Mi padre me dijo que debía dormir para descansar y  tía Clara me abrazó con fuerza. 

Subí, fui a la ventana y desde allí veía su establo iluminado. Me rindió el sueño y me desperté con un sobresalto y dolorida. 

Corrí hasta ella y todavía seguía mi abuelo, me llamó y me dijo que teníamos que despedirnos, que ella estaba muy tranquila. 

No quería que me viera  llorar. Las lágrimas caían solas, como señal de desgarro. Se iba y no iba a verla más, se iba para siempre. Repetía y repetía : "Te amo... Te amo... Te amo..." 

Levantó despacio la cabeza, nos miró al abuelo y a mí con su mirada larga y profunda, sabia y tierna que fue desapareciendo y dejando un aura de bondad y pureza. 

Lobo se acercó, se echó a mi lado y apoyó la cabeza en las piernas. 

Los demás permanecían cerca de la puerta en silencio. 


Comentarios

  1. Cuando unes tu vida a alguien, siempre debes prepararte para despedirte antes de tiempo... la lección que debemos aprender de eso es que no debemos cerrarnos, a pesar del dolor de la pérdida futura no podemos dejar de vivir en el presente.

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    1. Y es así... Se van de ti seres esenciales y sigues. Te quedas sin madre y sigues, pierdes un hijo y sigues y hasta vuelves a reír. Siempre te traga el presente y no sabes cómo lo hace.
      Gracias por tus palabras siempre inteligentes y sensibles.

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  2. Bufffffffff qué mal rato, jo. La historia es preciosa y espero que la yegua esté pastando entre estrellas.
    Jo, qué llorera...
    Besisimos

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    1. Lo dije ayer que seguro a ti te iba a gustar por tu gran sensibilidad y empatía.
      Es triste pero hay que dejarlo salir. ¿Verdad ?
      Besisimos

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