Mirlo blanco

No era hermoso pero iluminaba la noche, acariciaba las estrellas, le cantaba a las olas.

Echaba gotas de musgo de roble con mezcla amaderada y una pisca de bergamota en la buhardilla, salía y caminaba libre entre candilejas.

Ocupaba la mesa con vista al Boulevard y los cristales de sus ojos se llenaban de colores.

La mujer de siempre le llevaba ya lista una bandeja con la misma comida y un vaso de agua que depositaba con picardía mientras él le daba forma a sus nalgas redondeadas. 

Cantaba por la calle 66 entre los ancestros ciudadanos y se refugiaba debajo de los techos si llovía.

Su cara pálida rodeada por una melena rubia y brillante, su cuerpo flaco, piernas largas, manos de filósofo.

Se internaba cada semana en el edificio gris y respetable. El portero lo saludaba y subía hasta el noveno piso.

Entraba sin llamar a la oficina de lujo con vista a la ciudad y al puerto.

Sacaba un legajo de unas 16 páginas, lo abandonaba allí y se iba dejando atrás un gruñido: "buenos días aunque sea." 


Y volvía a perderse en las calles hasta el hotel de los jueves, allí lo esperaba ella entre transparentes y sin más artilugios. Él sabía desbordar las emociones y el afán del deseo.

Sacaba su último libro y la voz se desparramaba en las ondas del sonido hasta introducirse en ella, ausente de mirada. Con la otra mano de filósofo la acariciaba entera y untaba la piel entre oraciones llenas de escenas.

Entre las paredes ella iba recogiendo los paisajes dibujados por lapsus de pasión y abandonaba el cuerpo entre las manos sutiles hasta quedar atrapada dentro del otro. Es ahí donde podía verlo completo, palpando por fuera y por dentro. 

Era su pantalla del mundo. Su espejo de sonrisas, sus ojos. El ardor y el deseo. La oscuridad llena de imágenes que él iba llenando cada jueves.

El baño juntos, las risas y besos húmedos. Le gustaba vestirla aunque ella podía. Las gafas oscuras y el día brillando esperaba los pasos hasta el coche de lujo con el chófer atento. 

Se quedaba mirando hasta que se alejaba en sentido contrario. Llegaba a la buhardilla, una cena frugal, la guitarra, una canción y su último bestseller tirado sobre la mesa. 



Un hombre en la la otra punta de la ciudad llamado Rafa se planteaba a sí mismo:

"No sé si llegar a final de mes o volverme ya", mientras observaba la mosca albina en el techo

Comentarios

  1. No está mal lo que encuentra al llegar a casa. Es una buena compañia y sin incordios ajenos. Abrazucos

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  2. Qué bueno Luz. El misterio aún queda. Quién es esa mujer ciega. Un best seller en una buhardilla. Aún mucho por recrear y la imaginación vuela empezando por los interrogantes.
    Y qué cambios, la frase final, el despiste absoluto. Pero gira en torno a mirlos blancos, moscas albinas. Seres extraños pero que existen.

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    1. Sí, quién es, qué es.
      Seres extraños aún cotidianos. Aunque estén. No sé.

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  3. Me han llamado la atención las manos del filósofo, nunca había pensado en ellas, en la forman que tendrán después de tantos años moldeando ideas.

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    1. Las manos del filósofo son delgadas, de dedos largos, delicadas. Quería esas para moldearlo más al personaje; la forma de acariciar, su deambular diario.

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  4. Me ha encantado este texto. Es una historia real, porque hay hombres y mujeres así.
    Escribir es una pasión que se come todas las demás, a veces .
    Besisimos

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    1. Creo que sí, son reales aunque supongo que no habituales.
      A veces... 😀
      Besísimos

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  5. Uhhhhh que relato!!!
    nos dejas con interrogantes
    con la magia de esos encuentros al parecer furtivos
    con el simbolismo de cada objeto presente en la escena
    con quien espera ( o no) del otro lado..
    Muy interesante, como siempre! Abrazos Luz y muy buena semana

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    1. Un interrogante como todo. Me encanta lo que dices...
      Abrazos Eli y feliz media semana.

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  6. Me gustan tus relatos, muchísimo.
    Una delicia. Esa mosca de dónde la sacaste.
    Nunca he visto un mirlo blanco y ese personaje tampoco es fácil de ver.

    Muy buena la página que pusiste "Marruecos", me hubiese gustado escribirla.
    Un Kuss

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    1. Ay, te gusta el artículo... Y tú sigues sin escribir.
      Un Kuss

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