Un hombre triste

 Era un hombre triste. Siempre lo había sido, se pasó la vida huyendo. 

De una universidad a otra, de un trabajo a otro, de un hogar a otro. 

Nunca hablaba de sus mujeres ni sus hogares, tampoco mencionaba sus aventuras. 

Casi todas las noches estaba en la barra del único local. Solo bebía gin tonic, tres, cuatro, cinco... 

Nadie lo conocía bien. 

Hace tres años, salíamos de una fiesta  y lo vimos. Llegó de madrugada. Se acercó y nos preguntó por el hotel, solo era una noche, nos aclaró. 

Nos sonreímos. Sin embargo sabíamos que se quedaría. 

En el pueblo nunca sucede nada y todos vienen de paso, pero ese no parecía buscar sino un lugar donde quedarse. 

A veces el alcohol le soltaba la lengua, tampoco decía gran cosa:

"Siempre huyendo del infierno, lo llevo conmigo."

El otro día, empezó a reír, nos miraba y siguió con voz pastosa:

-Soy un viejo patético... ¿Sí? ¡Venga díganlo! ¡Hablen idiotas! Un pueblo de mierda, solo se quedan los que vienen huyendo.
No, no soy un ladrón ni criminal. No pongan esa cara.

Se calló y siguió bebiendo.

-Era un juez... Un juez perfecto, íntegro, -iba acentuado con la risa y empezando a arrastrar las palabras. -No me dejaron ni venderme, - continuó con un jajaja abierto. - Tenía familia, un hijo y aquella noche, una llamada anónima y con voz de seda asestó: "Que niño precioso, un querubín, sería terrible perderlo en un accidente, me da escalofríos de solo pensarlo, ¿Y a Ud. Señoría?" 

Se calló y nosotros de piedra hasta que Narciso soltó :

-Déjate de cuentos, viejo. Viste muchas películas.

Dejó un billete y todos miramos con rabia a Narciso.

Se levantó y mientras se dirigía a la salida murmuró :

-Siempre fui un fracasado. El mundo está lleno de jueces fracasados. Yo sigo vivo, si esto es vida.