El fantasma triste 3. El encuentro


Buscamos hasta hallar un posible contacto, se trataba de una señora mayor de porte aristocrático,  una baronesa sueca casada hacía un año con un periodista "vividor", 30 años menor. 

Nos consiguieron una cita. Llegamos, el primero en atendernos fue el periodista que nos miró con cierto rechazo y llegó lo temido, nos dijo sin rodeos que perdíamos el tiempo.

Ella estaba sentada en un sillón antiguo con cretonas gastado; delicada y casi etérea, la miré a los ojos y con ese azul infinito pronunció, "me gustan". 

Él con el rostro duro intentó dominarla y ella  con un gesto con la mano nos pidió que nos acercáramos. 

No podía abandonar la mirada. Con una voz culta, modulada y acento extranjero, preguntó, ¿La aman? 

Desde el primer instante y cada día, respondió Let. 

Lo sé, contestó, los he visto a escondidas. Cuánto quieren pagar. 

No lo sabemos porque solo tenemos lo poco que hemos podido ahorrar del  trabajo. 

El periodista estaba neurótico. 

Y ella continuó: Es la primera casa donde viví aquí con quien hui, humilde y hermoso, con el que pude conocer el amor y la honestidad. No pudimos tener hijos pero cada uno le iba dando la vida al otro. 

Cuando murió, todo mi mundo se hundió, si no estaba él, la casa no tenía sentido y la cerré, la dejé ahí como se guardan las memorias en un cofre. 

Pausa... 

Voy a avisar a mi administrador para arreglar la venta. Cuánto pueden pagar cada mes. 

Los pocos ahorros y el sueldo,  menos lo que comamos. 

Trato hecho, eso será durante dos años pero vamos a hacer la escritura por si me llegara a pasar algo, dijo segura con una sonrisa tan hermosa como su mirada. 


Desde ese día, volvimos a darle vida a nuestra casa de ensueño. Y por las noches, mientras se deslizaba entre los árboles una canción de amor antigua,  hacíamos el amor, nos dábamos a la vida y a los sueños que se  conviertieron en hogar. 

Sin temor a los ruidos, a Bach y a los suaves llantos en la noche, unos más triste que otros. 

Continúa...

El fantasma triste. Spöke

Comentarios

  1. Jo, me tienes en ascuas...y no les dan miedo los llantos. Increíble, yo saldría corriendo.
    Besisimos

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    1. Jajaja, supongo que tú y mucha gente.:)
      Vamos a ver qué pasa.
      Besísimos

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  2. Casi me lo pierdo por un fallo de Blogger, menos mal que he podido leerlo, y disfrutarlo, creo que cuando termines lo volveré a leer todo seguido. Abrazo

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    1. Ya lo sé, no te dije nada, porque no me explico que pasó.
      Menos mal que se arregló aunque no esta funcionando bien. Cuando no es una cosa es otra.
      A ver cómo termina todo esto. Si es que termina :)
      Abrazo

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  3. las casas tienen sus propias vidas, si tienen suerte son vidas felices que enlazan con la vida de otras muchas personas... siempre me produce tristeza ver una casa hundida.

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    1. Tienen su propia vida... Y tanto. Me pasa muchísimo sentir distintas sensaciones al entrenar a una.
      Tengo una amiga estupenda, adorable cariñosa solidaria pues intento evitar ir a su casa. Me siento fatal por más que esté ella y los suyos. Me ahoga...

      Y lo de la tristeza de las casas hundidas, lo sentí con la novela 'Los Buddenbrook' de Mann, la decadencia.
      Cuando una familia se va derrumbando, todo la esencia de la vivienda también lo hace con ella, algo así.

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  4. Precisamente ayer termine de leer regreso a birchwood, también habla de casas y decadencia. No conozco la que mencionas, pero tomo nota.

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    1. Mira que elegir a Thomas Mann es difícil, yo me quedo con ese.
      Respecto a la que leíste, son diferentes, por ejemplo, cuando
      Gabriel Godkin en Regresa a Birchwood, vuelve tras varios años, la casa familiar es una propiedad ruinosa con habitantes enajenados. 'Los Buddenbrook' constituían una saga que se va degradando de generación en generación.

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